He de reconocer que desde pequeño siempre me llamó la atención la pintura, recuerdo a los 12 ó 13 años, sobre el año 1975 aprox., cayó en mis manos una ilustración de un dibujo de Leonardo da Vinci, era concretamente un estudio para las cabezas de dos soldados del cuadro «La batalla de Anghiari», pintado con yeso negro y sanguina sobre papel,

por entonces no sabía de qué obra se trataba, pero sí me sorprendió enormemente la expresión del dibujo, los trazos eran muy marcados pero sencillos, jamás me había impactado tanto un dibujo, más que un soldado, me parecía un señor en la última etapa de su vida, mirando al pasado, sus rasgos me transmitían una vida entera de sacrificios, sufrimientos y duros esfuerzos, y por su gesto me parecía que luchaba descarnadamente por aferrarse a una vida que ya empezaba a darle la espalda. No sé si fue por mi escasa edad pero me impresionó, lo he pensado en muchas ocasiones y pudo ser porque en aquel momento, probablemente, fuese consciente por primera vez que somos perecederos, que podemos nacer, hacer y conseguir un mundo entero, que podemos amar y querer con todo nuestro ser, que al final… queramos o no queramos, podamos o no, seremos despojados absolutamente de todo.
Esa cabeza girada sobre el tronco, erguida sobre un cuello fuerte, el ceño fruncido y las marcadas arrugas de la cara, la falta de musculatura en los pómulos y el grito desgarrado y ensordecido, me llegaron…, y no pude evitar la tentación de tratar de imitar el trazo de esas líneas, aún guardo ese dibujo, mis materiales fueron mucho menos nobles, pero el resultado era algo que me daba igual, cuando realizas los mismos trazos que un pintor de la talla de Leonardo Da Vinci, se produce cierta magia, te das cuenta de cada línea curva, de cada sombra, de cada resalte de luz, de las inclinaciones de los trazos a un lado y a otro, de una composición que jamás realizarías si no es dejándote llevar por sus manos y por supuesto de los sentimientos que te despierta. A partir de ahí, empecé a conocer algunas obras de Leonardo da Vinci, y no pude por menos que enamorarme de algunos de sus dibujos, de entre todos destacaría «La Virgen y el niño Jesús con Santa Ana y San Juan Bautista»: La Virgen sentada en las rodillas de su madre Santa Ana, tiene en sus brazos al niño Jesús, quien a su vez con una mano en la barbilla de San Juan Bautista endereza su cabeza para bendecirle.

La Virgen y el Niño con santa Ana y san Juan Bautista (Cartón de Burlington House), 1499-1500
Carboncillo con resaltes de tiza blanca, 141,5 x 104,6 cm
National Gallery, Londres
Lejos de los simbolismos y de los mensajes ocultos que pudiera tener esta obra (y que me gustaría analizar en próximos post), la composición, la armonía, las luces en el rostro de la virgen mirando ensimismada a los niños, la mirada de Santa Ana, su madre, hacia ella en un segundo plano, con las luces más atenuadas, la curvatura de los trazados, los volúmenes casi sinuosos en algunos casos, las sombras degradadas y algunas muy marcadas, los tejidos casi traslucidos y vaporosos, los elementos inacabados…, el conjunto de la obra me parece que goza, a la vez, de una fragilidad y fuerza total, y por supuesto de una maestría y sensibilidad propia de alguien que está muy por encima de la mayoría de los mortales.

De Leonardo Da Vinci se han escrito ríos de tinta: del gran genio que fue, de sus famosos códices, de las múltiples disciplinas que dominaba, de sus pinturas, de sus inventos, de lo adelantado que estuvo a su época, de sus orígenes, de su muerte, prácticamente de todo…, en las plataformas digitales también se pueden encontrar más de siete millones de vídeos haciendo referencia a su vida o su obra. Aun así, poco se ha escrito de cómo era en realidad, entre otras cosas, porque se cuidó mucho de preservar su intimidad personal. Probablemente la mayor parte de sus esfuerzos estuvieron dirigidos a investigar, a tratar de ordenar sus conocimientos y transmitírselos al mundo, no considerando de interés para los demás su interior, su lado más humano y deliberadamente más oculto, tal vez también porque de haberse mostrado en toda su esencia su vida hubiese corrido peligro, estamos hablando del Renacimiento, pero también de finales de la edad media, donde los prejuicios de la sociedad podían derivar en que una persona terminase colgado de una cuerda o pasto de las llamas en una hoguera, de ahí que en muchas de sus obras se puedan descifrar mensajes ocultos y llegase a encriptar gran parte de sus estudios e investigaciones, una prueba palpable son los códices, aparecen escritos con su famoso estilo de escritura especular ( o espejo) en el que las palabras se leen de derecha a izquierda.

Con esta introducción inicio una serie de diez capítulos sobre Leonardo Da Vinci que aún tengo pendiente de escribir, los iré haciendo y publicando sobre la marcha, trataré de rastrear su vida y su obra para ir desgajando al genio que fue y encontrar a la persona que solo conocieron sus contemporáneos, para ello conoceremos algunos de los mensajes ocultos en varias de sus obras pictóricas: Sus diferencias con la religión católica, su opinión sobre los cátaros, su conocimiento sobre algunos testamentos apócrifos que no se llegaron a conocer hasta el siglo XIX, pero también analizaremos sus amores, sus pasiones y sus miedos, sus orígenes como hijo ilegítimo y la gran influencia que le ejerció su madre en la infancia, también la de su padre, su tío, su abuela o la de su segunda madre. Su persecución y arresto por sodomía, su amor por la naturaleza, la pintura, la música o la ciencia, su relación con algunos artistas contemporáneos como Miguel Ángel, también su etapa más prolífica con Ludovico Sforza, su mayor “protector”, la relación con sus asistentes y alumnos, Gian Giacomo Caprotti da Oreno, llamado «Salai» y Francesco Melzi, como le marcó el fallecimiento de su madre, su estancia en el vaticano, su decadencia en la pintura para dedicarse más a la investigación y la ciencia, su relación con el rey Francisco I de Francia y su paciente espera a la muerte.

Hay ocasiones en las que la vida parece confabularse confluyendo las circunstancias idóneas y necesarias para que una persona desde su nacimiento empiece a moldearse y convertirse en un auténtico genio, como es el caso de Leonardo Da Vinci, que no sólo revolucionó su época erigiéndose en el polímata por excelencia del Renacimiento, también consiguió la inmortalidad con el paso de las generaciones, logrando sobrevivir en la memoria de la humanidad.
Espero ser capaz de transmitir la magia que siempre me despertó y poder dibujar los trazos del interior de uno de los personajes más increíbles de la historia universal, al igual que en mi infancia, con cierta torpeza pero con mucha pasión, intenté seguir los trazos de uno de sus estudios para la cabeza de un soldado en la batalla de Anghari.

A él le debo, en parte, los buenos momentos pasados tratando de envolverme en la pintura, como aficionado y admirador de este arte. Creo que hay muchas cosas que podemos aprender de él y aunque nunca lleguemos a tener sus capacidades de ingenio y creatividad, sí podemos soñar como él lo hacía, cuando soñamos los hacemos sin prejuicios ni ataduras, éstas se quedan en el mundo de la realidad; persigamos nuestras inquietudes, nuestros deseos y anhelos, sin prejuicios ni ataduras, y quizás, sólo quizás, algún día, aunque no consigamos ser inmortales,
«Sí logremos estar más cerca de la felicidad«.
Josechu PR
Próximo post de Leonardo da Vinci intentaré que sea para el segundo fin de semana de octubre de 2020, pero no lo aseguro:
El lado oculto de Leonardo Da Vinci – Orígenes, infancia y estudio de Sigmund Freud (Capítulo 2 de 10)