Ameal de Pablo II (ascensión el día después del día de los difuntos)

5,00 h., suena el tlf.,

es Jesús Mansilla,

había quedado con él a las 4,45 h.,

tenía el despertador puesto a las 4,00 h., pero no ha sonado, cambié la alarma diaria de las 7,00 h. a las 4,00 h., pero olvidé que los sábados y domingos no tengo activada la alarma, con lo cual, “verde las han segado”, que no sonó vamos. Después de ser yo el que hizo hincapié en madrugar lo más posible para ganarle horas de luz al día, resulta que saldríamos tarde por mi despiste. Me levanté del salto, tenía todo preparado pero fuera de la mochila, así que lo metí como pude, más bien de malas maneras, y salí de casa escopetado. En 8 minutos estaba abajo en el coche de Jesús. Nos fuimos a recoger a José, que llevaba 15 min. esperando en la calle, nos montamos y partimos.

Paramos en un área de servicio de la nacional V a tomar algo de desayuno para coger fuerzas, el día iba a ser duro. Después del desayuno, Jesús me dejó conducir su coche, no aguanto las curvas, aun conduciendo, llevaba el cuerpo malo, me encontraba un poco estresado y tenía el cuerpo revuelto, el conducir entre la niebla me estaba produciendo un mayor malestar, pero tenía claro que no podía dejar de conducir, sino sería bastante peor. Haciendo un esfuerzo llegamos hasta las afueras de Hoyos del Espino, allí tuve que parar porque me encontraba peor.

Aprovechamos para pertrecharnos antes de subir a la plataforma donde, si las temperaturas son más bajas y el viento sopla, resulta bastante incomodo el cambiarte algunas prendas o calzarte las botas simplemente. El tiempo que estuve fuera del coche mejoré algo, de paso pudimos contemplar los primeros ocres y rojos de un otoño tardío, y así nos fuimos hasta la plataforma, lugar donde arrancaba la ruta, como la gran mayoría de las ocasiones cuando nos acercamos hasta el circo de Gredos.

Llegamos a la plataforma, nos organizamos y arrancamos a las 9,30 h., afortunadamente el salir del coche y tomar el aire me puso bastante mejor.

Después de la pertinente fotografía de inicio nos dispusimos a pisar las primeras piedras de la calzada romana que comienza en la misma plataforma, y más pronto que tarde, por no decir de forma inmediata, comenzó a llover. La lluvia era fina, pero no dejaba de ser lluvia. La jornada de montaña la iniciamos lloviendo, me puse mi poncho cúbrelo todo, estos que tapan la mochila y pareces el jorobado de Notre Dame, José sacó su paraguas al más puro estilo montañero del romanticismo y Jesús estrenaba su goretex super repelente al agua, super contra el viento y de una línea bastante más actual, como veis un grupo completamente heterogéneo, pero perfectamente compenetrados.

Comenzamos a subir y en el prado de las pozas dejó de llover, sabíamos que el día estaría un poco así, la primera subida te hace entrar en calor y si no hace viento empiezan a sobrar algunas prendas, así que guardé mi poncho, y continuamos. Pero la llovizna iba y venía, hasta que alcanzamos los barrerones, donde el agua y el viento dejaron de ser tímidos, para caernos una buena encima, cuando el agua y el viento vienen de frente o de lado, no sabes cómo pero el agua te empapa totalmente.

Pero continuamos hacia delante, las condiciones climatológicas que estábamos teniendo sabíamos que eran bastante previsibles, y que las probabilidades de cumplir el objetivo de cumbre eran muy escasas, pero aun así teníamos claro que queríamos disfrutar de la montaña hasta donde fuese posible y de paso entrenarnos en situaciones un poco fuera de los común, con el objetivo de prepararnos para la expedición que emprenderemos el próximo enero de 2020, hacia el Aconcagua.

Bajando de los barrerones aflojó  la lluvia hasta desaparecer, aunque las chorreras continuaban a tope, es un auténtico placer caminar cerca de ellas y escuchar el sonido del agua.

Continuamos y al llegar a la laguna grande de Gredos, cual fue nuestra sorpresa al  encontrarnos con ella completamente anegada, inundado el camino de acceso al refugio y a la ruta que teníamos trazada. Para situaciones así, tienen instalado un cable en la pared granítica que linda con la laguna, que no tuvimos más remedio que utilizar y haciendo un pequeño esfuerzo, a modo de una pequeña y divertida vía ferrata, pudimos salvar este escollo y proseguir con la ruta.

Llegamos al refugio, paramos a reponer algo de fuerzas y rápidamente nos dispusimos a proseguir, sabemos que en estas fechas del año hay pocas horas de luz y hay que aprovecharlas a tope, la noche se echa encima sin darte ni cuenta, y la situación cambia totalmente, es uno de los problemas que nos encontramos al hacer las rutas en una sola jornada, que en los meses de invierno las horas de luz son muy escasas y al descontarle las horas de viaje nos quedan menos aún, viéndonos obligados a enfrentarnos a la noche, con lo que conlleva: menor visibilidad, bajada de temperaturas y si el tiempo no es bueno, como fue éste el caso, muchas más complicaciones.

El refugio se encuentra a unos 1950 m., nos queda todavía un desnivel de unos 500 m. por un terreno desconocido y nuevo para nosotros, entre lloviznas van y vienen, nos fuimos adentrando en la canal de los geógrafos.

En sus inicios nos encontramos con un grupo de montañeros alicantinos, habían tratado de llegar hasta el Almanzor, pero la escasa visibilidad los había hecho darse la vuelta, el grupo se había dividido en dos y nos pidieron que si nos cruzábamos con el otro grupo que les dijésemos que se habían bajado hacia el refugio, fueron las últimas personas que vimos en toda la ruta.

Continuamos entre chorreras y haciendo las primeras trepadas.

Pronto nos plantaríamos en la mismísima base del Ameal de Pablo, justo a su derecha proseguía nuestra ruta, una oscura y estrecha canal, llamada la canal Negra, nos dirigimos hacia ella.


Ya nos encontramos a cierta altura y las nubes parecen aferradas a las rocas, el día está completamente cerrado, llegamos a la canal, es prácticamente un pasillo, la entrada se encuentra bloqueada por un gran bloque de piedra que decidimos flanquearlo haciendo una pequeña trepada por la derecha,

una vez superado, te encuentras sumergido en una canal preciosa, estrecha, angosta, el agua chorretea constantemente y la niebla no para de meterse y salir. No tiene demasiada dificultad, salvo un par de bloques en medio, que al estar las piedras mojadas lo pusieron un poco más difícil, pero que conseguimos superar sin problemas.

Continuamos ascendiendo y al salir de esta especie de pasillo o túnel nos encontramos un montón de bloques de piedra enormes pero de muy fácil superación, hasta llegar prácticamente al final  de la canal . Sabíamos que el acceso a la pared que nos guiaría hasta la cumbre estaba muy cerca de nosotros, pero no había señales de hitos, por suerte me había llevado una fotografía de la entrada en el móvil y conseguimos dar con ella, unos 30 metros antes del collado que da paso al gargantón.

Nos quedaba el tramo más difícil y peligroso, decidimos hacer una cordada y tratar de buscar seguros naturales intermedios para superar esta última parte, y justo cuando nos estábamos pertrechando con las cuerdas, la niebla se tornó en lluvia, decidimos continuar despacio y con precaución, tiene varias trepadas que no son difíciles, aunque sí son aéreas y con la pared completamente chorreando había que tener una templanza y un cuidado especial, yo iba de primero en la cordada, trataba de buscar el primer seguro natural pasando la cuerda por detrás, cuando lo tenía pasaba José, cuando se asegura en el mío, yo continuaba en busca de otro y Jesús que va el último de la cordada iba en busca del de José, y así sucesivamente, subimos más despacio pero siempre asegurados. Los primeros tramos nos encontramos con unas terrazas con verdín, un poco resbaladizas, a la vez la lluvia, la niebla y de vez en cuando el viento no cesaban,  pero poco a poco íbamos progresando y ascendiendo,

de vez en cuando, entre la niebla aparecía otra impresionante mole de piedra, casi rozándonos la espalda,  se trata del Risco Moreno, otra montaña de similares características pegada al Ameal de Pablo,

Su silueta, gigante y sinuosa entre la niebla, te hacía sentir casi observado, vigilante de todos nuestros movimientos, como cuidando que los montañeros que precien llegar a su cumbre sean dignos y auténticos, que respeten el medio, que respeten la montaña y sus leyes, compensándonos con permitir que subamos de la mano del agua y del viento, poco a poco, sin prisas, paso a paso, rodeando a la montaña, dejándonos apreciar y disfrutar toda la belleza de esta formación granítica en su forma de ameal, como cuando se hacían en antaño, levantando el chozo con puñados de heno, unos detrás de otros, palmo a palmo.

Quien se precie de subir esta montaña tiene que ser sabedor que la técnica para ascenderla no está en la fuerza, ni en la técnica de la cordada o la escalada; está en el respeto, está en saber rodearla, está en saber acariciarla sin complejos, al igual que el agua y el viento.

Poco a poco, ganando cada metro, nos fuimos aproximando a su cumbre,

al llegar a su cresta, da la impresión que los dioses la dibujaron caprichosamente, su mayor altura se encuentra en una especie de  yunque natural, muy poco accesible,

llegamos a su base por la cara norte, a la derecha de esta piedra nos encontramos con otro capricho, bien podría ser una auténtica seta petrificada o la rueda de un molino para pulir las nubes,

en medio de las dos había un pasillo estrecho, José fue el primero en pasar, agua, niebla y viento nos envolvían, luego pasamos Jesús y yo,

mientras Jesús trepaba hasta la Seta, yo trepaba por la parte de atrás del Yunque, asegurándome José, pero el Yunque  se veía completamente impracticable en esas condiciones, por lo que bajé y nos fuimos a subir hasta la seta junto con Jesús,

una vez arriba nos encontrábamos a unos dos ó tres metros de diferencia con el nivel máximo de la montaña, siendo éste el punto más alto de alcanzar en las condiciones en las que se encontraba la piedra, por lo que dimos por concluida la ascensión.

Da la impresión que el Ameal de Pablo nos permitió disfrutar de su particular belleza, muy diferente a otras montañas, envueltos entre la lluvia y el viento, juntos recorrimos cada grieta, cada bloque, cada repisa, cada piedra, ascendiendo hasta su cresta de ensueño, pero hubo algo que no nos quiso dar, la gloria de su cima, de esa última piedra.

Probablemente ese fin de semana le pertenecía, era sábado, 2 de noviembre de 2019, el día después de la fiesta de los difuntos, un fin de semana donde los cementerios han recibido visitas muy especiales, donde todos dedicamos recuerdos cargados de cariño a los que ya no se encuentran entre nosotros.

Dicen que en esa última piedra se puede ver la cara de un niño, que pudiera ser el hijo de Pablo, que esta última piedra se asemeja a un gran ataúd, y que esta montaña está formada por muertos que se convirtieron en piedras formando un ameal gigante.

A casi todos nos gustan las leyendas, aunque no creamos en ellas, y a mí reconozco me pasa un poco de lo mismo, pero en lo que sí creo, es que hay muchos Ameales de Pablo, cada uno de nosotros vamos creando el nuestro propio, a lo largo de nuestras vidas, con el paso de los que se fueron para no volver,  con sus vivencias, con los momentos felices que nos dejaron, también con los de tristeza, con los de dolor, con las risas compartidas, también con los llantos, con sus besos, con sus caricias, con sus abrazos, con todos sus recuerdos, piedra a piedra, palmo a palmo, también con la ayuda del agua y el viento vamos construyendo, nuestro pequeño o gran Ameal de Pablo,

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